Se celebraban el domingo anterior al miércoles de ceniza (“domingo gordo”) y el martes siguiente o día de “San Antruido”. La noche del Domingo Gordo pedían los mozos por las casas, acompañados de los “zamarrones”, y con el producto (chorizo, huevos, tocino, etc.) celebraban una cena. El martes, día de San Antruido, se celebraban carnavales con zamarrones y comparsas, pero no pedían los mozos. Los niños, esa noche, solían recorrer las calles del pueblo haciendo sonar cencerros y campanos.
En la celebración de los carnavales ocupaban un primer puesto los “zamarrones”. Se trataba de mozos disfrazados con arreglo a unas normas tradicionales. Hubo años en que los carnavales contaron hasta con veinte zamarrones. Recorrían los tres barrios dando saltos y cimbreando sus cuerpos para hacer sonar los campanos de sus cinturas. Acosaban a los transeúntes y les exigían limosna: “una perruca, una perruca”, disimulando su voz tratando de no descubrir su identidad.
El “zamarrón” se disfrazaba con diversas prendas de vestir, en las que predominaba el color blanco:
- Montera adornada con papeles de colores.
- Careta de cartón, que ocultaba su identidad.
- Camisa blanca.
- Calzones blancos, confeccionados con almohadones adornados de bordados y puntillas.
- Esclavina: preparada con faldones de bautizar niños.
- Botas y polainas de cuero.
- Vergajo de cuero trenzado.
- Pértiga de madera.
- Colleras: dos hileras de campanos sujetas a la cintura.
El vergajo lo empleaban contra los remisos al pago de la moneda que el disfrazado exigía, casi siempre a mozos y mozalbetes. La pértiga servía al zamarrón para avanzar con más facilidad en las carreras saltando los obstáculos que encontraba a su paso y acorralando así más fácilmente a los demandados.
Estas fiestas solían celebrarse en el barrio de Arroyal, más céntrico, donde concurrían los jóvenes y personas de toda edad de los demás barrios, pero los zamarrones y comparsas extendían sus “paseos” a los tres barrios.
Las “comparsas” solían formarse por grupos de mozos y mozas. A veces sólo mozos. Ataviados con prendas más o menos vistosas (gorros, chaquetas, pantalones adornados, mantones, peinetas, puntillas, etc.), recorrían las calles entonando coplas alusivas a un personaje típico de la comparsa (el viejo, el tonto) o a otro cualquiera, que se convertía en el blanco de las coplas satírico-burlescas del grupo. Los espectadores agradecían las actuaciones de las comparsas con la entrega de monedas.
A menudo las coplas de carnaval arremetían contra situaciones típicas del pueblo, no faltando ocasiones en que eran satirizadas personas concretas del lugar.